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Entre
los calandinos de la España del siglo XIX, la figura del Padre Mariano Bernad
(1838-1915) se perfila como una de las más significativas y, por el contrario,
menos recordadas: a día de hoy, es poco menos que un completo desconocido,
incluso entre sus paisanos. Pero en los últimos tiempos su obra escrita está
conociendo una recuperación cierta, si bien a una escala harto reducida,
limitada al terreno de los historiadores especializados en la historia de las
misiones religiosas en el extranjero. Y es que este agustino recoleto, superior
general de la Orden, sacerdote y misionero que recorrió medio mundo (de las
Filipinas al Brasil), escritor copioso y prolijo, fue algo más que un mero
compilador de informaciones. Sus escritos esenciales, aunque de valor antes
documental que literario, poseen un poder de captación evidente; en ellos se
hace patente un esfuerzo serio de narración objetiva, sobria y amena, sin
fisuras. Y esto, con la debida perspectiva del tiempo, los torna fascinantes,
irrepetibles, únicos en su género.
Hoy por hoy, empero, la única huella
que de la nombradía del Padre Bernad persiste en Calanda, es su nombre, dado a
una de las calles de la villa que desembocan en esa arteria principal que es la
Calle Mayor. Su moderna recuperación debemos atribuirla, por tanto, al actual
historiador principal de la Orden de los Agustinos, Fray Ángel Martínez Cuesta,
con el que nos hemos carteado en un par de ocasiones, y cuyo ambicioso trabajo
de documentación ofrece el mayor esfuerzo historiográfico conocido hasta la
fecha sobre la figura y obra de este calandino, nacido el 29 de septiembre de
1838.
Escribe Martínez Cuesta, a propósito
del Padre Bernad, algunas pinceladas esclarecedoras sobre su persona: “En Calanda
bebió la devoción a la Virgen del Pilar y asimiló rasgos que retendrá hasta la
vejez. Quienes le conocieron admiran su nobleza, su tenacidad y su
laboriosidad”. Y cita a continuación el testimonio de uno de sus colaboradores
en Brasil, Celedonio Mateo, quien destacaba “su carácter aragonés, que consiste
en una perseverancia que resiste todas las dificultades”. Otro de sus
conocidos, Santiago Matute, no dudó en vindicar esta cualidad suya: “Es
aragonés y a fe que no ha desmentido su origen en la entereza de carácter,
siempre que ha tenido que manifestarla en cumplimiento de su deber”.
Pero todo esto habría quedado en poco
de no haber llegado hasta nosotros una considerable porción de sus escritos, de
inestimable valor histórico-sociológico, y cuyo abierto hincapié autobiográfico
explicita la autoconciencia de su artífice, destinado sin duda a una gran
misión en vida. Mas pasemos a comentar brevemente su obra escrita, el más firme
legado en el tiempo de este calandino que solía referirse a sí mismo, en
abierta referencia a su pueblo y a su patrona, como Fray Mariano Bernad del
Pilar.
Entre los escritos desaparecidos a
perpetuidad, figuran sus dos opúsculos de corte gramatical, Vocabulario
Cuyono y Apuntes gramaticales, rara vez ignorados cuando se habla de
la obra escrita de su autor, aunque virtualmente desconocidos. Sí se conserva,
por el contrario, su libro capital, Preliminares, que Martínez Cuesta,
en su revisión y anotación del mismo, ha preferido titular Relación, al
aproximarse más a la naturaleza de los hechos en él narrados; obra apasionante
y torturada, relata con sumo pesimismo la expedición que el Padre Bernad,
flanqueado por algunos hermanos recoletos, llevaría a cabo en la República del
Brasil con la pretensión de fundar varias residencias.
Sin tratarse de un gran estilista
cuando toma la pluma, el Padre Bernad consigue, con todo, trascender su prosa
antañona a través de las muchas y peligrosas incidencias que describe en su
narración; la brutalidad y la violencia sufridas por la orden, quedan
reflejadas en el siguiente fragmento, con el que comienza el capítulo primero
del libro, y donde el autor evoca pasadas misiones en las islas Filipinas; dice
así:
“Estábamos en el año 1898, y
nuestra provincia de San Nicolás de Tolentino de Filipinas, en vez de descansar
y respirar recibiendo algún consuelo y alivio de sus grandes penas y amarguras
sufridas en los dos años anteriores de infeliz memoria, por la pérdida de la
paz y tranquilidad que se gozaba como en ninguna parte del mundo, con la
pérdida de intereses de todo género, y, lo más doloroso, con la pérdida de
muchos de sus preciados hijos, religiosos beneméritos de la religión, de la
Iglesia y de la sociedad, asesinados bárbara y sacrílegamente en el sitio del
honor, pérdida irreparable que nunca podrá llorarse bastantemente”.
Junto a Preliminares, el corazón de la obra
escrita de Bernad reside en su prolífica y abultada correspondencia, de la que
Martínez Cuesta ha llegado a reunir más de 250 cartas. Asimismo, el buen fraile
fue autor de otros escritos circunstanciales, tales como novenas, reglamentos
de cofradías, relatos históricos e informes.
Mariano Bernad murió
en Motril (Granada), de un cáncer de laringe.
2011
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